El profesor de los programas de Finanzas de ESAN, Luis Mendiola, explicó en Gestión que mostrar buenos resultados en los mercados financieros no siempre es suficiente. Detalló que lo que realmente impacta en el precio de una acción es si estos resultados superan las expectativas previas. Así, el éxito en bolsa ya no depende solo de la ejecución, sino también de la capacidad de emocionar y sostener una promesa.
Que una acción caiga pese a que la empresa reporte resultados positivos no debería sorprender a nadie que haya pasado suficiente tiempo observando los mercados. La lógica financiera no siempre es lineal; a veces, incluso, parece contradictoria. Lo que debería premiarse —el crecimiento, la eficiencia, la mejora en márgenes o el aumento en clientes— no se traduce necesariamente en una subida del precio. Y no se trata de un error del mercado, sino de cómo funciona su expectativa. Lo que mueve el precio no es el resultado per se, sino la diferencia entre ese resultado y lo que ya se esperaba. Si el consenso anticipaba un 25 % de crecimiento y la empresa entrega un 20 %, entonces ese “buen resultado” se convierte, en lenguaje bursátil, en una decepción.
El caso de Palantir lo ilustra con precisión. En el primer trimestre de 2025, reportó ingresos crecientes, un alza de 39 % en clientes y proyecciones más optimistas para el resto del año. Sin embargo, su acción cayó hasta un 10 % ese mismo día. ¿Por qué? Porque el mercado había internalizado (e incluso alimentado) una narrativa más ambiciosa sobre su rol en inteligencia artificial. Cuando el crecimiento del segmento gubernamental mostró una leve desaceleración, la duda se coló por la puerta de atrás. No importó que la empresa hubiera cumplido. Lo que importó fue que no deslumbró.
La reacción de los mercados es, muchas veces, más emocional que racional. Y ese es precisamente el dilema al que se enfrentan los CEOs: ejecutar bien el trimestre ya no basta. También deben administrar las percepciones, controlar la narrativa, anticipar los matices. La presentación de resultados se ha convertido en un acto híbrido entre rendición de cuentas y storytelling financiero. Cada palabra cuenta. Un tono más neutro, una omisión involuntaria, una cifra sin destacar… pueden costar millones en capitalización bursátil.
En ese entorno, la presión es constante, obligando a que algunos directores opten por estrategias de defensa: recompras de acciones, anuncios de dividendos, presentaciones con tono grandilocuente. Otros reformulan líneas de negocio, se reinventan discursivamente o lanzan iniciativas aún inmaduras con tal de mantener viva la ilusión del crecimiento exponencial, no siempre por convicción, sino solo para ganar tiempo, o para calmar a los analistas.
PayPal, que también superó estimaciones recientemente, no escapó de esa lógica. Aunque los ingresos crecieron y el beneficio por acción fue mejor de lo anticipado, el mercado pareció no perdonar su falta de claridad respecto a una nueva dirección estratégica. Los inversionistas no solo miran los resultados: escuchan, interpretan. Y si no perciben entusiasmo, castigan.
Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos ni del sector tecnológico. En los Países Bajos, por ejemplo, los anuncios de reestructuración suelen generar reacciones negativas, incluso cuando la racionalidad financiera los justifica. En los países del Golfo, decisiones que racionalmente mejoran la eficiencia no siempre se traducen en valor en bolsa si no vienen acompañadas de señales claras. En Indonesia, el simple hecho de anunciar una política de dividendos puede ser leído como una falta de oportunidades de inversión, afectando el precio pese a que, técnicamente, se está premiando al accionista.
Es aquí donde aparece un segundo nivel de análisis: el de las señales. Según la teoría del signaling, los inversionistas no solo reaccionan a los hechos, sino a lo que esos hechos parecen decir sobre el futuro. Una caída en el CAPEX puede verse como prudencia… o como falta de visión. Un crecimiento modesto puede interpretarse como estabilidad… o como estancamiento. Todo depende del contexto, de las comparaciones, de la historia que se cuenta.
En este escenario, la estrategia empresarial corre el riesgo de agotar el contenido. Lo urgente desplaza a lo importante. Se privilegian las decisiones visibles sobre las transformaciones profundas. El mercado pide innovación, pero también certidumbre; quiere resultados, pero también entusiasmo. El problema es que no siempre se puede tener todo al mismo tiempo.
Y entonces aparece la paradoja: el precio de la acción ya no refleja solo la salud del negocio, sino la capacidad de su equipo directivo para emocionar, para mantener el entusiasmo, para sostener una promesa. Y cuando esa promesa pierde fuerza, ni los buenos resultados alcanzan. Lo que queda, muchas veces, es un espacio incómodo: un terreno donde los números deben defenderse no solo con ejecución, sino con relato. Una exigencia que no figura en los manuales, pero que hoy define, cada vez más, el éxito o el fracaso de una empresa en bolsa.
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