Jessica Alzamora, directora de Talento Humano y Cultura de ESAN y de la Maestría en Organización y Dirección de Personas, señaló en Gestión cómo una empresa puede realizar una verdadera transformación organizacional. En esta línea indicó que los talleres y programas son útiles, pero ineficaces si no están acompañados por un cambio sostenible en el tiempo.
En muchas organizaciones, “transformación” se ha convertido en una palabra obligatoria que aparece con frecuencia en discursos, presentaciones y planes estratégicos. Las empresas que se declaran inmersas en este proceso suelen anunciar cambios, actualizar sus valores institucionales y poner en marcha programas de formación. Todo parece alineado con una evolución profunda. Sin embargo, al observar más de cerca, algo no termina de encajar.
Uno de los errores más comunes —y a la vez menos cuestionados— en los procesos de transformación organizacional es asumir que la capacitación, por sí sola, será capaz de generar el cambio profundo que se necesita. Se dictan talleres, se contratan programas de formación, se promueven espacios de aprendizaje continuo; incluso se vuelve obligatoria la participación. Y si bien todas estas acciones tienen valor, vale la pena preguntarse: ¿están realmente generando un cambio sostenible? ¿O responden, más bien, al impulso de sentir que estamos avanzando, como una forma de aliviar la incertidumbre propia de los procesos de cambio?
Ese impulso es comprensible, pero también puede convertirse en una trampa silenciosa: la de confundir movimiento con transformación.
Pensar que capacitar al personal —por ejemplo, en liderazgo, innovación, servicio al cliente o trabajo en equipo— cambiará por sí solo sus modelos mentales dominantes y transformará sus comportamientos, es una expectativa sobredimensionada. Nada de eso tendrá un impacto real si no está conectado con una revisión profunda de cómo opera la organización.
El cambio profundo va mucho más allá de eventos puntuales. Requiere de un ecosistema que facilite la aplicación de lo aprendido. Las personas pueden salir entusiasmadas de un taller, pero si, al regresar a sus equipos, no son capaces de cuestionarse la forma en que hacen las cosas, y se encuentran con los mismos jefes controladores, los mismos procesos burocráticos, la misma cultura que castiga el error, entonces nada cambia. O peor aún: se genera frustración.
Un caso clásico ocurre con las metodologías ágiles, tan populares en estos tiempos. Muchas empresas capacitan a sus colaboradores en Scrum, Design Thinking o Lean Startup. Sin embargo, los líderes siguen exigiendo planes rígidos, aprobaciones en cascada y reportes interminables; además, no empoderan a sus equipos para que ganen cada vez más autonomía. El resultado es una contradicción constante entre lo que se predica y lo que se practica.
No caer en la trampa del cambio superficial implica identificar las señales y tomar acciones inmediatas. Algunas de esas señales suelen ser:
Aquí algunos pasos que se pueden tomar en cuenta:
Porque una transformación real genera impactos duraderos en múltiples dimensiones. Se pueden construir equipos más autónomos, culturas organizacionales más abiertas al aprendizaje, empresas más resilientes y con mayor capacidad de adaptación en entornos cambiantes. No se trata solo de obtener mejores resultados financieros —aunque estos también son fundamentales—, sino de construir organizaciones coherentes, humanas y sostenibles.
Transformar implica, necesariamente, incomodarse, desaprender, volver a preguntar, dejar atrás estructuras obsoletas y construir desde un nuevo lugar. Es tener la valentía de revisar aquello que ya no funciona, incluso si ha dado resultados durante años. Y, sobre todo, es dejar atrás los gestos simbólicos que nos tranquilizan, para avanzar hacia cambios sistémicos que realmente dejen huella.
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