Obras públicas en Perú siguen tropezando con las mismas piedras

Obras públicas en Perú siguen tropezando con las mismas piedras

Jhonnatan Horna, profesor del área de Operaciones y Tecnologías de la Información de ESAN, advirtió en Gestión que las más de 2,500 obras públicas paralizadas en el Perú reflejan problemas estructurales de planificación, contratos rígidos, débil gobernanza y baja profesionalización de equipos. Señala que es urgente adoptar metodologías modernas y mayor transparencia para que los proyectos generen verdadero impacto en la vida de los ciudadanos.

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En el Perú, hablar de obras públicas es hablar de una historia que parece repetirse sin final: retrasos, sobrecostos, proyectos abandonados y la frustración constante de ver promesas que nunca se cumplen. Los datos lo confirman: más de 2,500 obras paralizadas, con un valor que supera los 43,000 millones de soles. No es casualidad; es el síntoma de un sistema que requiere un cambio profundo en la forma de planificar, gestionar y ejecutar proyectos.

En mi experiencia, no se trata solo de dinero, leyes o trámites. Se trata de una cadena de decisiones mal gestionadas que terminan afectando directamente a las personas que deberían beneficiarse. Y lo más preocupante es que seguimos tropezando con las mismas piedras.

Planificamos como si nunca hubiéramos fallado

Todo gran proyecto empieza con un sueño, pero la mayoría se hunde en el mismo punto: una mala planificación. En teoría, contamos con un sistema de inversiones que contempla cuatro fases: programación, formulación y evaluación, ejecución y funcionamiento. Sin embargo, en la práctica, muchas veces aprobamos proyectos sin definir correctamente los alcances, plazos, costos, riesgos ni siquiera el sistema de entrega más adecuado.

Por ejemplo, cuando se opta por un esquema tradicional de contrato —donde una empresa elabora el expediente técnico y otra ejecuta la obra—, cualquier deficiencia en ese expediente termina generando adicionales, ampliaciones de plazo y sobrecostos. El resultado: proyectos prometidos para dos años que terminan entregándose en cinco, si es que llegan a entregarse.

Pero aquí radica el verdadero problema: no aprendemos de los errores. Seguimos repitiendo prácticas que ya demostraron ser ineficientes. No analizamos las lecciones que dejaron proyectos anteriores, no establecemos estándares claros y, peor aún, continuamos improvisando. Sin una planificación sólida y basada en evidencia, cualquier proyecto —por más presupuesto que tenga— está condenado a fracasar antes incluso de empezar.

Contratos rígidos y gestión fragmentada

Otro de los grandes enemigos de la gestión de proyectos en el Perú es la rigidez contractual. Aunque en los últimos años se han implementado marcos estandarizados como FIDIC (International Federation of Consulting Engineers) y NEC (New Engineering Contract), la realidad es que pocas entidades cuentan con la capacidad técnica para aplicarlos correctamente. De hecho, de más de 3,000 entidades públicas que gestionan obras, menos de diez disponen de oficinas especializadas en gestión de proyectos.

Esto genera una cadena de problemas: revisiones interminables, trámites duplicados, disputas constantes entre entidades y contratistas, pagos atrasados y, finalmente, proyectos paralizados. A ello se suma que, con frecuencia, los contratos priorizan los formalismos por encima de la entrega de valor real, configurando un cóctel perfecto para el fracaso.

Aquí es donde la gestión de proyectos debería marcar la diferencia. Es indispensable adoptar modelos más colaborativos y contratos flexibles que permitan responder con rapidez a los imprevistos. No se trata de improvisar, sino de diseñar sistemas que reconozcan la complejidad de cada proyecto y promuevan la transparencia en la toma de decisiones. Mientras sigamos trabajando bajo una lógica de control rígido y fragmentado, los retrasos y sobrecostos serán inevitables.

Gobernanza débil y capacidades limitadas

La infraestructura de un país no se construye únicamente con cemento, sino también con instituciones sólidas. Y ahí radica uno de nuestros mayores desafíos. La falta de profesionalización de los equipos públicos es una de las principales razones detrás de la baja efectividad de nuestras inversiones.

Miles de proyectos dependen de equipos que carecen de las herramientas necesarias para gestionar riesgos, evaluar impactos, aplicar metodologías modernas como BIM o Lean Construction y, sobre todo, tomar decisiones estratégicas. A ello se suma la alta rotación de funcionarios y los constantes cambios en las prioridades políticas, que terminan rompiendo la continuidad de los proyectos.

Otro aspecto crítico es la escasa trazabilidad y transparencia en los pagos. Los retrasos hacen que los contratistas pierdan liquidez y se paralicen obras que, en muchos casos, ya mostraban avances significativos. La implementación de plataformas abiertas y accesibles —como ocurre en países vecinos— podría evitar gran parte de estos problemas.

Es urgente cambiar la forma en que entendemos el ciclo de vida de las obras. La entrega de un proyecto no es el final; mantener su operatividad es igual de importante. Herramientas como el facility management permiten garantizar que hospitales, carreteras o colegios funcionen correctamente a lo largo del tiempo. Hoy, lamentablemente, invertimos millones en construir, pero descuidamos el mantenimiento y terminamos repitiendo el ciclo de abandono.

Cambiar el mindset o seguir tropezando

La gestión de proyectos públicos en el Perú enfrenta un desafío enorme: dejar atrás la lógica de la improvisación y avanzar hacia un modelo basado en datos, colaboración y resultados. Las soluciones están sobre la mesa: mejor planificación, contratos flexibles, profesionalización de equipos, metodologías modernas y trazabilidad de pagos. Sin embargo, nada de eso será suficiente si seguimos mirando los proyectos como islas desconectadas, en lugar de integrarlos dentro de una estrategia nacional coherente.

Los megaproyectos deberían ser motores de desarrollo, pero mientras permanezcamos atrapados en la microgestión y en procesos obsoletos, seguiremos desperdiciando oportunidades. La buena noticia es que podemos cambiar la historia. Se trata de comprender que cada obra pública es mucho más que concreto y presupuesto: es confianza, es desarrollo y, sobre todo, es impacto real en la vida de las personas.

El reto es enorme, pero también ineludible: gestionar distinto para construir distinto. Porque si seguimos tropezando con las mismas piedras, no será por falta de diagnósticos, sino por falta de decisión. La gestión de proyectos no puede reducirse a un trámite administrativo; debe convertirse en una herramienta efectiva para garantizar que cada sol invertido genere impacto. Al final, las obras no se construyen por el simple hecho de levantar concreto y fierro, sino para mejorar la vida de los ciudadanos. Y mientras no pongamos a la ciudadanía en el centro de la ecuación, seguiremos inaugurando promesas en lugar de resultados.

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