Otto Regalado, docente del MBA y jefe del área académica de Marketing de ESAN, advirtió en Infobae que la inclusión de Machu Picchu en una lista internacional de destinos que “ya no vale la pena visitar” refleja fallas en su gestión turística. Señaló problemas como la informalidad en la venta de boletos, el exceso de aforo y la falta de seguridad y planificación. En lugar de negar las críticas, propuso replantear la administración del santuario, para convertirlo en un modelo de turismo sostenible y regenerativo.
El hecho de que el Santuario histórico de Machu Picchu sea parte en la lista de lugares que “ya no vale la pena visitar”, divulgada por el portal especializado en turismo Travel and Tour World, no es un suceso independiente ni casual. Es la materialización de una serie de fallos acumulados en su administración turística, tanto desde la autoridad central (el gobierno a través del Mincetur), pasando por el gobierno regional, las autoridades locales e incluso la misma comunidad. Aparte de la controversia, el problema real radica en que el principal destino turístico de Perú está sufriendo de su propio triunfo, sin una estrategia de contención, reinventación o una verdadera actualización.
Como punto de partida debemos señalar que la adquisición de boletos para recorrer el santuario se ha transformado en una experiencia agobiante incluso antes de llegar al sitio. La informalidad para adquirir boletos, las modificaciones inesperadas en la cantidad de cupos diarios, malentendidos acerca de los horarios y rutas disponibles y una cadena paralela de reventa no oficial son solo algunas de las “perlas” que se presentan. Esta circunstancia, además de debilitar la confianza del turista internacional, fomenta los mercados ilegales.
Como segundo punto, y aunque se cuente con un aforo técnico para salvaguardar el patrimonio arqueológico, las autoridades han sucumbido a la presión de incrementarlo sin un control ni una evaluación auténtica del impacto. El desenlace: colas en el lugar, deterioro gradual de las rutas, y una vivencia menos natural y más similar a una fila de un parque temático.
Como tercer punto, tenemos que Machu Picchu se ha convertido en un lugar caro no por el lujo, sino por los costos directos e indirectos asociados a su visita. Los turistas pagan un billete de tren desorbitado (entre los más costosos por kilómetro en todo el mundo), un ticket de entrada fragmentado por rutas que pueden ser confusas, y debe añadirse los gastos de guía, alojamiento en Machu Picchu Pueblo y el transporte extra. Todo esto sin obtener como recompensa una experiencia de excelencia o distinta.
Por otro lado, hay que recordar que Machu Picchu ha hecho noticias en los últimos años por bloqueos, paros, huelgas y accidentes trágicos que han impactado directamente en la experiencia del turista. Estos sucesos no son excepcionales. Han contribuido con una narrativa de una historia de riesgo, improvisación y ausencia de garantías para el turista extranjero. Y aquí repetiré algo que he mencionado en diversos artículos: ¿qué persona viajaría a un destino donde no tendrá la seguridad de que sus planes se cumplan y donde incluso se arriesgue su integridad?
Como se puede apreciar, el auténtico escándalo no radica en que un medio internacional haya declarado que Machu Picchu “ya no tiene sentido”. El problema radica en que aún no contamos con un sistema actualizado, transparente y sostenible para administrar el sitio turístico más relevante de Perú. No es cuestión de eludir las críticas, de ser escéptico y desacreditar esa lista, sino de trabajar para recobrar el reconocimiento mundial con acciones concretas.
Machu Picchu tiene el potencial de convertirse en un modelo global de turismo regenerativo. Sin embargo, necesita de una administración a la altura de su valor. Ya que un destino no se resguarda con proclamas ni con descontento patrio, sino con liderazgo, táctica y perspectiva de futuro.
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