
José Ignacio Pineda, docente de ESAN Graduate School of Business, explicó en Gestión cómo el capitalismo se reinventa desde dentro gracias a la “destrucción creativa”: un proceso en el que lo nuevo emerge desplazando lo viejo, impulsado por emprendedores e innovación estructural que permiten al sistema seguir evolucionando. Conoce más aquí.
La creación y difusión de la novedad como motor del desarrollo económico. Surge una paradoja: lo nuevo no solo emerge en la forma de productos, servicios y procesos, sino que se instala desplazando y destruyendo lo viejo. Estas dinámicas de transformación, tan difíciles de captar en su totalidad, exigieron un nuevo concepto para poder comprenderlas: destrucción creativa. Con el tiempo, este concepto fue reducido a un lente analítico para describir disrupciones tecnológicas; sin embargo, al crearlo, Joseph Schumpeter buscaba describir algo más profundo: la fuerza interna que tiene la economía capitalista para cambiar y renovarse de manera constante, sobreviviendo incluso a procesos de transformaciones profundas.
El proceso de destrucción creativa constituye el hecho esencial del capitalismo.
Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy (1942)
Joseph A. Schumpeter, economista austrohúngaro y profesor en Harvard, fue uno de los pensadores más originales del siglo XX. Se apartó del análisis económico estático para proponer una visión dinámica, centrada en el papel del emprendedor, la innovación y el cambio estructural. Para él, era fundamental contrarrestar la filosofía marxista, que explicaba los procesos de cambio como resultado inevitable de contradicciones estructurales y de la lucha de clases.
Si bien no negaba las fricciones inherentes al capitalismo, las interpretaba desde una lógica inversa: como resistencia frente al cambio que trae la innovación y a la capacidad del emprendedor para combinar de manera novedosa recursos existentes, generando verdaderos cortocircuitos en mercados consolidados. Entre los ejemplos que Schumpeter destacó figuran Richard Arkwright, quien transformó la industria textil británica con el sistema de fábrica moderna, y el desarrollo de la industria ferroviaria en Estados Unidos, que revolucionó el transporte. Ambos transformaron las bases mismas de la vida económica y social. Así, mientras Marx anticipaba un colapso sistémico como desenlace del capitalismo, Schumpeter comprendía que su destino no era autodestruirse, sino reinventarse. En su visión, el capitalismo sobrevive precisamente gracias a su capacidad de generar novedad desde dentro.
Para articular esta teoría, Schumpeter introdujo ideas disruptivas en el campo económico que no estuvieron exentas de resistencia. Una de las más provocadoras fue la figura del emprendedor: un actor creativo, capaz de romper con la lógica del status quo. Su función no es administrar el orden previo, sino provocar un proceso de renovación profunda. El emprendedor schumpeteriano no mantiene el sistema: abre nuevos caminos. Al hacerlo, introduce una novedad que le otorga una ventaja temporal, desplaza a los jugadores establecidos, empresas quiebran, cambian los patrones de empleo y emergen nuevos sectores. Revela nuevas formas de producir, distribuir o vivir. Es una señal de cambio y, como si fuera un terremoto, desata un tsunami: los capitales se mueven en masa hacia esa innovación.
Esta dinámica desencadena procesos económicos expansivos. El aprendizaje de producir lo nuevo, inicialmente difícil y motivado por la imitación, reduce los costos de producción y amplifica los efectos a escala. Las comunidades técnicas y científicas convergen alrededor de nuevas trayectorias tecnológicas y comienzan secuencias de identificación de problemas y desarrollo de nuevas soluciones que promueven nuevos ciclos de innovación. El capitalismo schumpeteriano opera con rendimientos crecientes del conocimiento y la recombinación: mientras más aprende, mayor es su capacidad de seguir innovando.
Esta conceptualización del emprendedor lo desvincula del inventor. Mientras el invento surge en el campo científico o técnico, la innovación ocurre cuando ese nuevo conocimiento se aplica con éxito en el ámbito económico. Por ejemplo, una patente es un invento que solo se convierte en innovación si atraviesa un proceso de difusión, es decir, cuando una masa crítica de actores económicos encuentra valor real en su aplicación. La ola que genera el emprendedor se convierte en una revolución industrial e instala nuevos paradigmas de producción. Por ejemplo, los mercados y las formas de organización cambiaron enormemente luego de innovaciones como el motor a vapor, el motor de combustión, el chip, las computadoras personales, entre otros.
El emprendedor, en este marco, no siempre es el inventor. Ford no inventó el motor de combustión, ni Edison fue el creador original del foco de luz. Sin embargo, ambos supieron transformar ese conocimiento en aplicaciones concretas con impacto masivo. Lo que los distinguió fue su capacidad para convertir ideas técnicas en revoluciones económicas. El emprendedor actúa como nexo: convierte el potencial técnico en transformación económica. Opera en la incertidumbre: no sabe de antemano si su iniciativa tendrá éxito ni si sobrevivirá al proceso de difusión. Son los mercados los que, en última instancia, seleccionan qué innovaciones prosperan y cuáles quedan relegadas al olvido como simples inventos sin aplicación práctica.
Para Schumpeter, el capitalismo es un sistema evolutivo, no mecánico. La innovación introduce variación; los mercados en competencia seleccionan y las instituciones, en especial aquellas que garantizan la libre competencia, salvaguardan estos procesos.
Luego, en una segunda etapa de su pensamiento (conocida como Mark II), Schumpeter incorpora a las corporaciones, no solo al emprendedor, como actores de innovación, en particular a través de dinámicas institucionalizadas de investigación y desarrollo (I+D). Sin embargo, temía que en el auge de las corporaciones se aplacara el espíritu emprendedor. Quizá de manera más profunda, advirtió que el capitalismo puede extinguirse si su propio éxito erosiona las condiciones que lo hicieron posible. Cuando la burocracia domina la innovación y la competencia se debilita, el dinamismo se disuelve. Esa tensión entre innovación y burocratización sigue abierta. ¿Vivimos hoy una aceleración de la destrucción creativa o una concentración de poder que la frena? Tal vez el dilema del capitalismo contemporáneo no sea solo cómo innovar, sino cómo proteger su capacidad misma de reinventarse.
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