La agenda pendiente del turismo: identidad, inclusión y desarrollo

La agenda pendiente del turismo: identidad, inclusión y desarrollo

Otto Regalado, docente del MBA y jefe del área académica de Marketing de ESAN, cuestionó que el turismo siga siendo un tema marginal en la agenda nacional, pese a su potencial como motor de desarrollo, cohesión social e identidad. Señaló que, aunque el sector aporta significativamente al PBI, carece de una visión estratégica y de liderazgo que lo integre a un plan de desarrollo nacional. Los detalles de esta nota en Infobae.

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En su último mensaje a la nación por Fiestas Patrias, la presidenta Dina Boluarte ofreció un discurso de 97 páginas, de las cuales 3 se dedicaron de manera exclusiva al sector turismo bajo el apartado “El turismo como motor de desarrollo económico”.

Al analizar el contenido, se pudo apreciar un listado de iniciativas que se produjeron en el último año, entre ellas los resultados del programa “Turismo Emprende”, la reactivación del turismo comunitario, la participación de los artesanos en una feria mayorista en Alemania, la nueva ruta turística “Caminos del Papa León XIV”, las nuevas “Rutas del pisco”, entre otras iniciativas señaladas dentro de un trabajo de diversificación de la oferta turística, así como de descentralización. También, se pudo apreciar un recuento del impacto económico del sector en el PBI nacional producto de la captación de 3,3 millones de turistas internacionales que generaron USD 4800 millones en divisas.

Ahora, más allá de lo que dijo la presidenta en el discurso, existe una problemática que sigue sin ser atendida y que va más allá de esta administración: una visión gubernamental que todavía no comprende –o no quiere comprender– el papel estratégico que el turismo debería tener en nuestro plan de desarrollo como nación.

Y aquí es preciso señalar que hablar poco sobre el turismo no equivale a no tener nada que expresar. Lo que ocurre es que el turismo continúa sin ser una prioridad nacional, limitándose a ser solo un actor de reparto o acaso un mero extra, apareciendo solo cuando resulta conveniente adornar discursos o cuando un reconocimiento mundial se da. Y esto es desolador al ser un país con una gran riqueza cultural en términos de arte, historia y biodiversidad.

Una omisión que no es reciente

No es la primera ocasión en que un mensaje presidencial limita al turismo a solo unos párrafos, que a su vez robustecen una narrativa basada en cifras que intentan decirnos que recorremos el camino correcto. En esta oportunidad, se resaltó que el sector turístico contribuyó con más de S/ 31 mil millones a la economía. Y hasta ahí se produjo el diálogo. No hubo reflexiones ni autocríticas sobre el contexto que enfrentamos (mayor competencia internacional, nuevas exigencias de los consumidores, brechas sociales, oportunidades que brinda la IA, entre otros) ni sobre la necesidad de acelerar la reactivación de un sector que ha perdido competitividad mundial de acuerdo con los principales rankings globales.

Y eso es precisamente lo más alarmante: que simplemente se considere el turismo como un número que incrementa la estadística nacional, y no como un instrumento de transformación, descentralización y profundamente estratégico para la nación porque es un mecanismo que podría unir nuestra polarizada sociedad.

El turismo no se limita a cuántos visitantes llegaron, cuánto invirtieron o cuánto contribuyeron con la economía. El turismo es un reflejo del país que percibimos y que queremos proyectar al mundo, dando un manifiesto sobre el relato que construimos como país, sobre nuestra identidad.

Una sociedad que no protege ni tiene presente su legado histórico corre el riesgo de ser olvidada. Durante años, nuestro país destacó en el radar turístico mundial gracias al impulso de la Marca Perú, la misma que fue una iniciativa innovadora y que marcó un antes y un después en el sector turismo. Así, pudimos desarrollar campañas innovadoras que visibilizaron nuestra gastronomía, nuestra diversidad cultural, así como un circuito turístico de atracciones identificables, siendo Machu Picchu nuestro estandarte.

Sin embargo, su impacto se ha desvanecido con el correr de los años, en gran parte porque no se ha lograr construir una narrativa nacional que incorpore el turismo en una visión futura del país. Lamentablemente, este sector se presenta como algo que ocurre “de manera autónoma”. Como si no estuviera sujeto a la estabilidad institucional, a la infraestructura pública, a la conversación con las comunidades, a la preservación del medio ambiente o a la colaboración entre niveles gubernamentales (gobierno central, gobiernos regionales y gobiernos locales). Es como si se tratase de un fenómeno natural, y no de una política estatal que se debe crear, mantener y salvaguardar.

El autoengaño del crecimiento automático

Uno de los defectos más arraigados en nuestra clase política es creer que el desarrollo económico puede suplantar a la política de gobierno. Si un sector contribuye al PBI, entonces “está bien”. Esa lógica “técnica”, pasa por alto lo fundamental: que el desarrollo sin visión puede ser débil, excluyente o incluso insostenible.

El sector turístico también corre ese peligro. Puede incrementarse en números (aunque sigue sin recuperar los niveles prepandemia) y, no obstante, evolucionar hacia un crecimiento cada vez más desequilibrado, más concentrado y conflictivo. Es capaz de producir divisas sin producir bienestar. Tiene la capacidad de atraer visitantes sin causar orgullo. Podría ser un espectáculo sin fundamentos.

Este artículo no tiene como objetivo enumerar una serie de fallos o omisiones en el discurso de la presidenta. Intenta identificar una peligrosa tendencia. Si el turismo continúa estando oculto en los discursos, continuará estando oculto en la agenda estatal. Y si no conseguimos contrarrestar ello, perderemos uno de nuestros escasos mecanismos de cohesión social, en un mundo cada vez más competitivo, fragmentado e incierto.

Tampoco el propósito es solicitar una mayor cantidad de páginas. Lo que se demanda es una visión estratégica, un mayor diálogo con los diversos actores y liderazgo. Es necesario comprender que el turismo no solo representa una posibilidad económica, sino que también es un instrumento de inclusión, una plataforma de identidad y una ruta viable hacia el progreso, sobre todo por la capacidad que tiene para generar empleo.

Finalmente, todos debemos tener presente que, sin seguridad —en todos los ámbitos— no hay posibilidad de que el turismo se convierta en un motor de desarrollo económico.

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