
Luis Mendiola, profesor de los programas de Finanzas de ESAN, explicó en Gestión por qué las viejas fórmulas contra la inflación ya no son suficientes. El experto analizó cómo los choques de oferta (guerras o pandemias) y la era digital (criptomonedas, stablecoins, entre otros) desafían la política monetaria. Destaca el caso de Perú (BCRP) y la exploración de Monedas Digitales de Bancos Centrales (CBDC) como una herramienta clave para mantener la estabilidad futura.
La inflación no es una simple cifra económica: se siente cuando el pan está más caro, cuando la renta sube sin previo aviso o cuando el sueldo ya no alcanza para lo mismo. En su forma más aguda, como ocurrió en el Perú a fines de los años ochenta, puede llegar al caos: la moneda se vuelve inútil, la gente se refugia en el dólar y los contratos dejan de cumplirse. No es fácil superarla, y menos aún mantener la estabilidad en un mundo cada vez más incierto.
Con el tiempo, los bancos centrales han aprendido a controlar la inflación. En muchos países se adoptó un sistema formal de metas explícitas para mantenerla baja y estable. Se generó confianza, se utilizaron las tasas de referencia como principal herramienta de intervención y se otorgó autonomía a los bancos centrales. Sin embargo, las reglas que funcionaron en los años noventa y dos mil ya no son suficientes en la actualidad.
La inflación actual no se debe solo a un gasto excesivo. También puede surgir por una guerra que eleve el precio del petróleo, una sequía que reduzca la oferta de alimentos o una pandemia que paralice las cadenas de suministro. Las viejas fórmulas de “subir tasas y esperar” ya no funcionan. Como argumenta Jonathan Levy, autor de Ages of American Capitalism: A History of the United States (Random House, 2021) y The Real Economy: History and Theory (Princeton University Press, 2025), no se trata de abandonar los principios, sino de reconocer que vivimos en un mundo diferente y que la política monetaria debe adaptarse sin perder el rumbo.
Los costos de la inflación no se reparten de manera equitativa. Las familias con ingresos fijos son las primeras en notarlo. Las pequeñas empresas observan cómo sus márgenes se reducen a medida que aumentan los precios de los insumos. Y los mercados financieros reaccionan de inmediato: acortan los plazos, elevan las tasas y los inversionistas exigen mayores rendimientos por prestar. En tal contexto, la estabilidad no es solo un objetivo técnico, sino también un deber institucional.
Un ejemplo lo proporciona el Perú. Tras una hiperinflación que dejó profundas cicatrices, el país tomó otro camino. No fijó el valor de la moneda ni impuso reglas estrictas. Adoptó algo poco común en la región: un tipo de cambio flotante, el fortalecimiento del BCRP y disciplina fiscal. Desde 2002 cuenta con un régimen de metas de inflación entre el 1 % y el 3 %, y ha logrado sostenerlo incluso en episodios externos adversos. No es casualidad: ha prevalecido una lectura inteligente de los ciclos, así como prudencia y regularidad.
Pero los tiempos cambian y, con ellos, los desafíos. La digitalización financiera ha abierto la puerta a un nuevo mundo: las monedas digitales, las stablecoins y las plataformas descentralizadas. Muchas de ellas escapan a la supervisión regulatoria: algunas se utilizan para evadir normas, otras para fomentar la inclusión. Pero todas, en mayor o menor medida, complican la tarea de los bancos centrales.
Según Jusna Akter, las criptomonedas alteran la conexión entre el dinero y las tasas de interés. ¿Cómo se transmite, entonces, la política monetaria? ¿Cómo se controla la liquidez? ¿Cómo respondemos si se produce una fuga masiva hacia activos digitales o si gran parte de las operaciones se realiza en criptomonedas no reguladas?
No se trata de preguntas abstractas: ya existe evidencia. Un estudio del Bank for International Settlements en 2024 encontró que los mercados de stablecoins reaccionan de manera distinta a los cambios en la política de la Fed que los fondos monetarios tradicionales. Mientras estos últimos atraen entradas, las stablecoins pierden capitalización. Esto significa que no actúan como refugios, sino como amplificadores de riesgo, y que la relación entre las acciones de los bancos centrales y los mercados se ha vuelto más tenue.
Para mantener el control y permitir pagos seguros, rastreables y eficientes, algunos países están explorando la posibilidad de crear sus propias monedas digitales (CBDC). Uno de ellos es el Perú. El BCRP viene realizando pruebas piloto y estudiando la forma de implementar una moneda digital soberana. No es una tarea sencilla: implica desarrollar una arquitectura tecnológica robusta, definir reglas de uso, proteger la privacidad del usuario, evitar la desintermediación bancaria y trabajar con múltiples actores. Pero también representa una oportunidad: para profundizar la inclusión financiera, competir con las criptomonedas privadas y asegurar que el sol siga siendo la base de la economía.
Al mismo tiempo, Gita Gopinath, primera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, ha advertido que los bancos centrales de las economías emergentes enfrentan condiciones más desafiantes que sus contrapartes en las economías avanzadas: parcial dolarización, elevada informalidad y poca profundidad de mercado. En ese marco, la introducción de una CBDC puede convertirse en una herramienta para reforzar las instituciones, siempre que se implemente con transparencia, claridad de objetivos y gradualidad.
El Perú no debe dormirse en sus laureles. Gozar de décadas de estabilidad es un logro indiscutible, pero no constituye una garantía para el futuro. La reputación del banco central es un activo que se construye con esfuerzo, pero que puede perderse en un instante. En un mundo más fragmentado, con mayores exigencias políticas y sociales, preservar esa autonomía es más difícil, pero también más necesario.
Como fenómeno, la inflación continuará. Las tensiones geopolíticas, los choques climáticos y los cambios tecnológicos seguirán alimentándola por diversas vías. Pero si algo demuestra la historia del Perú —y vale la pena recordarlo— es que el compromiso institucional resulta esencial para una política monetaria sostenible. No se trata solo de subir o bajar las tasas: implica contar con reglas claras, instituciones confiables y la capacidad de actuar de manera autónoma cuando más se necesita.
La política monetaria del futuro no será como la del pasado. Las criptomonedas, las CBDC en desarrollo y los cambios en la forma en que las personas ahorran, gastan e invierten están transformando el juego. Sin embargo, el banco central seguirá siendo necesario si el objetivo es claro: preservar el valor del dinero, proteger a los más vulnerables de la inflación y asegurar las condiciones para invertir y crecer. Y más aún en un país como el Perú, donde la estabilidad tarda décadas en recuperarse una vez que se pierde.
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